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viernes, marzo 29, 2024
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La historia de Esteban Rossano, el pibe de Morón Sur que sigue preso en Marcos Paz por estar en el lugar equivocado

Está desesperado, se siente solo y lleno de impotencia. Su hijo sigue detenido en el Pabellón A de la Unidad 26 del penal de Marcos Paz, luego de que el juez Claudio Bonadío y la Cámara Penal le negaran la excarcelación. El domingo cumplió un mes en esa situación y ya se encuentra un poco mejor, pese a que las condiciones de encierro nunca son para sentirse bien.

Pablo Rossano atiende a Primer Plano On Line en una tarde que no es agobiante por el calor de enero pero sí le resulta muy difícil de sobrellevar. “Hoy me levanté mal, me siente pésimo, estoy recontra bajón. Es un día horrible”, reconoce. No conoce de leyes, no sabe de la letra chica que usan los abogados. Sólo sabe que su hijo Esteban, ése que todas las noches se tira el colchón al lado de su cama para hacerle compañía, hace 32 días que permanece tras las rejas. Y que no compartió con él ni la Navidad, ni el fin de año.

La ausencia del pibe se le hace muy difícil. Tienen en común una historia que Pablo decide contar. Hace casi dos años perdieron a una mujer que se ganó tanto el corazón de ambos que sus hijos decidieron llamarla mamá. Es que la progenitora de Esteban lo abandonó cuando tenía apenas un año y medio de vida. Entonces apareció esa mujer, formó pareja con Pablo y asumió la crianza del chico y de su hermano, junto a los tres hijos que ella tenía de una pareja anterior.

Esteban Rossano
“Le pediría a Bonadío que se siente 10 minutos a hablar con mi hijo para que se dé cuenta quién es», dice el papá de Esteban

“Mi esposa falleció de repente, ahora el 5 de mayo se van a cumplir dos años. Entre los dos criamos cinco hijos, dos míos y tres de ella. Te explico: la mamá de Esteban no murió, pero lo dejó cuando tenía un año y medio y Franco, su hermano de sangre, cinco años y medio. Los maltrataba mucho, a punto tal que un día mi ex suegra me pidió que me los llevara de ahí y que ella salía de testigo. Esteban estaba desnutrido, Franco tenía los pies rosaditos, como si fueran podridos, así que me los traje y los crié que mi segunda mujer, a la que mis hijos aman como su madre”, contó Pablo.

Más allá de que está defendiendo a su hijo de una acusación grave de la que sabe es inocente (intimidación pública y coerción para impedir que el Congreso sesione), el vacío que ese hombre siente en su casa también radica en la impotencia que provoca la soledad. Una soledad que, en rigor, se convirtió en un océano de solidaridad de gente a la que nunca vio y apareció de golpe para darle una mano y acompañarlo en su reclamo por la libertad del chico. “Creo que conocí más gente en este mes que en toda mi vida”, detalla.

Esteban, con tan sólo 19 años, está preso desde el 14 de diciembre. Fue detenido por la Gendarmería cuando pedía que no le peguen a una mujer y apenas terminaba de ayudar a otra que se había caído en las escaleras del subte A por los gases lacrimógenos que tiraban los agentes en la primera movilización en contra del cambio en la fórmula para liquidar jubilaciones. En ese lapso allanaron la casa de los Rossano, sobre la calle Achábal, en Morón Sur, en busca de banderías y propagandas políticas, explosivos y elementos cortantes. Es que una de las razones por la que el juez lo mantiene en la cárcel es que en su mochila, secuestrada por los gendarmes, aparecieron dos piedras y cuatro panfletos políticos pisoteados, que no reconoce como propios y asegura que le plantaron.

Esteban Rossano

Sin embargo, su papá aclara que el chico no participó de la marcha, sino que había ido con un amigo que vive a dos casas de la suya a comer al McDonald’s de la Avenida 9 de Julio. Consultaron a una señora cómo viajar y se equivocaron. Bajaron una estación antes, en Sáenz Peña, y ahí se encontraron en el momento equivocado en el lugar que no debían estar.

“Nunca hice política. Tengo mis ideales pero jamás milité en ningún lado. Pero con esto el Gobierno se ganó un enemigo porque ahora sí me decidí a participar para torcer esta realidad. Cuando salga mi hijo me voy a dedicar a ir a las marchas”, desafía Pablo, un vendedor ambulante de 46 años que tiene su puesto propio en la estación de Morón, justo en la parada del colectivo 236, en donde comercializa garrapiñadas, golosinas y helados.

“Le pediría a Bonadío que se siente 10 minutos a hablar con mi hijo para que se dé cuenta quién es. Con ese tiempo le alcanza”, propone Pablo, y lo reitera en dos ocasiones en medio de la charla, seguro de qué tipo de chico educaron él con la mamá del corazón, esa que desde el cielo seguro está también indignada por lo que atraviesa Estaban, una pesadilla que el vendedor ambulante espera se termine cuanto antes.

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